viernes, 20 de marzo de 2009

Exasperación Innata

No me gustan las cosas que con el tiempo se convierten en obvias y pueden llegar a hacerte un daño que tarda en curarse, tales cosas pueden llegar por sorpresa o permanecer latentes asomando la cabeza para un día salir por fin.

Es inevitable pensar que tarde o temprano tenemos que hacer frente a este tipo de sucesos obvios y, por razones que desconozco uno siempre debe de mantenerse fiel a sus propias convicciones y realidades para poder batallar y no derretirse como un bloque de hielo al sol. Poco a poco nos cercioramos que todo lo que habíamos creído acerca de nuestro entorno más íntimo está irrevocablemente destinado al fracaso sino somos capaces de llevarlo a flote diariamente.

Puede que todo lo que hagamos en esta vida tiene su eco en la eternidad y por lo tanto algún día pagaremos por todos los momentos desdichados, pecaminosos e irracionales pero ¿a que precio tiene uno que pagar una vida llena de desilusiones y fracasos personales?, claramente el precio sería desorbitado pero ni comparación con una vida llena de falsas felicidades y abundante hipocresía donde lo primordial es salvarse quien pueda.

Mirando más de cerca, el precio se subyace ante el dolor desconmensurado que uno siente por hacer mal las cosas e intentar enmendarlas de una forma radical y exagerada, tenemos que saber que la vida al igual que una cuerda puede tensarse y provocar daños si uno deja de sostenerla, podemos cortar la misma cuerda que nos ata a muchas relaciones y dejar de sentir esa presión alrededor del cuello que nos ahoga cada vez más y más.

Y es que por mucho esfuerzo que uno intente de aplicar a sus relaciones, al final acaban donde tienen que acabar y tenemos que alegrarnos por haber podido vivirlas y no lamentarse por haberlas perdido, preguntarnos una y otra vez “que hubiese pasado si hubiese dicho lo siento o perdona” es inútil y estúpido porque esas personas que dejamos abandonadas en el camino no van a volver por su propio pie, no podemos incitar a nadie a elegir la redención ante el orgullo y la vanidad.

Desde la ventana interior de mi cuarto que da a la fría realidad imploro al mundo entero que sea más egoísta, mezquino y cruel, pido personas déspotas y arrogantes, sin sentimientos que aflorar y más razón para actuar.

Ojala todos sean así en su interior… y para el resto de personas, sentiros agraciados de que existan personas con esa tónica, gracias a ellas podemos apreciar un poco más nuestra insípida vida y darnos cuenta que el camino se recorre en un suspiro y que la meta no es llegar al fin, sino crecer con cada paso.

Plantar rosas en tu nicho y poder sesgarlas con el paso del tiempo.

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